Ya no existen, han desaparecido sin saber por qué, y algunos las añoramos, las seguimos echando de menos. Debe ser cosa de los años.
Una vez que se remodeló la Puerta del Sol y se cambiaron las farolas fernandinas por otras más modernas, a los madrileños no les gustó el cambio y el alcalde restituyó las farolas clásicas. Otra vez, de alguna forma los madrileños eligieron donde se había de emplazar la escultura de Carlos III. Fueron casos excepcionales. Una vez elegido democráticamente el mandatario, todas las decisiones son suyas.
-La terraza de Manila en la esquina del Capitol era maravillosa. Sin lugar a dudas el mejor enclave para una terraza en la Gran Vía. Allí sentado era un espectáculo ver pasar el mundo.
-En la Red de San Luis, una vez quitado el bello templete de acceso al ascensor del Metro, apareció la fuente de agua vaporosa surgiendo en forma de copa de champán, que si bien no nos hizo olvidar el templete, sí nos hizo conformarnos con el cambio e incluso llegamos a disfrutar de ella.
-La plaza de Colón era un océano de agua donde las aguas surgían recordando las tres carabelas y la cascada, bajo la cual está la sala de exposiciones y el teatro, nos transportaba a las de Niágara, a las de Iguazú o a aquellas que vimos en alguna película donde descubrió Tarzán que los elefantes acababan su larga vida.
-Y la pareja de cisnes negros que majestuosos se paseaban por el estanque del Retiro.
Añoranzas.