29 de abril de 2025
26 de abril de 2025
Metro
Acceso a la estación de metro de Plaza de España, única en Madrid que tiene los colores de la bandera española.
¡Metro! ¡qué noche oscura
para el suicidio del que desespera!:
¡qué subterránea y vasta gusanera,
donde se cata y zumba
la labor y el secreto de la tumba!
Miguel Hernández
Estrofa de El silbo de afirmación en la Aldea
En este poema el poeta ensalza las ventajas de la aldea y reprueba las dificultades de la gran ciudad.
21 de abril de 2025
Descanse en paz el Papa Francisco
19 de abril de 2025
Trilogía de Velázquez
Puede ser que Velázquez, con los tres cuadros a que me voy a referir, quisiera contar algo más de lo que se ha dicho. Son como tres viñetas diferentes de una misma historia, de una misma idea.
El primer cuadro es La fragua de Vulcano, pintado hacia el 1630. Sabido es que Velázquez cuenta que en la fragua del dios del fuego, que la sitúa en una herrería, Apolo, el dios de la luz, le comunica al herrero que su esposa Venus, está en la cama con el dios Marte, dios de la guerra, que es precisamente su hermano y además para él está haciendo la armadura.
Aparte de la excelente composición de las seis figuras humanas
dentro de la herrería, de su luz, de sus torsos, de sus musculaturas y de su
piel; aparte de todos los aspectos pictóricos, quiso Velázquez también destacar
la sorpresa, el asombro y la indignación de Vulcano, abriéndole exageradamente
los ojos. Expresión que hasta entonces creo que no fue pintada.
Y también, como si una instantánea fotográfica fuera, los cinco ayudantes del herrero, han parado de hacer lo que hacían, y miran y escuchan atentamente a Apolo. Porque se les ve que están escuchando lo que Apolo está desvelando. Y el que está enfrente de Apolo, que parece el más joven, es el más sorprendido de los ayudantes. A lo mejor los otros algo sabían, pues como suele suceder en estos casos, el último en enterarse es el engañado. Sin embargo, este se ve que nada sabía, pues también se ha quedado muy sorprendido, boquiabierto, con los ojos de par en par y las cejas levantadas. Quizás también esto quiso contar Velázquez en este cuadro.
El segundo cuadro es la Venus del espejo, pintado hacia 1650 y actualmente en Londres. Por aquel tiempo, se sabe que Velázquez tenía una amante en Roma, Marta viuda del Trastévere; y de las amantes de Felipe IV, su rey, se conocen sobre todo sus andanzas con “La Calderona” actriz de teatro con quien el rey tuvo al menos un hijo en 1629, Juan J. De Austria a quien reconoció y crió en la Corte, estando entonces casado con su primera mujer Doña Isabel de Borbón.
Este cuadro, fue el
primer desnudo de mujer pintado por un pintor español, posiblemente porque la
corte española era la más mojigata de Europa, y la amenaza de la inquisición
era aquí mayor. Esto mismo debió pensar Buero Vallejo al incluir esta trama
inquisidora contra Velázquez, en su obra de teatro “Las Meninas”. Así por
ejemplo, cien años antes había pintado Miguel Ángel la Capilla Sixtina, con
todos sus desnudos de escenas bíblicas, incluyendo entre ellos el culo de Dios.
Y en la pintura flamenca, Rubens coetáneo de Velázquez, fue muy prolífico en
pintar cuadros con desnudos femeninos en historias mitológicas.
Esta Venus Afrodita, con cupido desanudado, que se dice que simboliza que el amor se ha consumado, es la continuación de la historia, Venus acaba de acostarse con el dios Marte y de ponerle los cuernos al dios Vulcano.
Posiblemente, también quiso contar Velázquez, este momento supremo de la belleza de la mujer después de hacer el amor. Pinto una mujer de espaldas, quizás no por recato, sino porque él también pensó que es una postura mucho más sensual y atractiva. La pintó de espaldas pero totalmente desinhibida, sin ninguna intención de cubrirse nada y contemplándose al espejo porque se ve más guapa que nunca;. La pintó en primer término, con una piel cálida y sonrosada, sin dejar ningún espacio entre ella y el espectador. Tampoco dejó espacio detrás. Lo importante es ella. Pintó de derecha a izquierda, parece que lo natural es la cabeza a la izquierda y los pies a la derecha. Pintó una armonía de curvas y sinuosidades incitantes, desde su cuello hasta su tobillo. Pintó unas formas modernas, sin las musculaturas de Miguel Ángel ni las voluptuosidades celulíticas de Rubens. Con caderas y con cintura. Pintó en el centro de cuadro el culo, nítido, redondo, asandiado, prieto, perfecto. Después se va la mirada por la curva insinuante de la columna vertebral, hasta los hombros y el cuello. Y ocurre también, que así como el culo está pintado nítido, perfectamente enfocado, a medida que se va hacia los extremos del cuadro, D. Diego lo desenfoca. Pinta borrosa la cabeza, el pie, y a Cupido, como si de una instantánea fotográfica se tratara.
Posiblemente en este cuadro quiso también Velázquez pintar a una diosa, a una mujer, en ese momento supremo de después de hacer bien el amor.
El tercer cuadro que cierra la trilogía, obviamente es Marte, pintado según unos hacia el final de la vida de Velázquez (murió casi con sesenta años), y según otros, en torno a 1630.
Parece claro que lo que quiso reflejar Velázquez
en este cuadro, es a Marte, no como al dios de la guerra, cansado, que es la
interpretación más difundida, sino a Marte, al hombre, después de hacer el
amor, después de haber librado en la cama con semejante mujer, una sin par
batalla, ardorosa e incruenta.
Nos muestra el insigne pintor, a un hombre cincuentón, con sus pliegues, pero en buen estado, más recatado que ella, pues acaba de ponerse la ropa que cubre sus atributos (ropa interior por cierto, a modo de pañal infantil y de un delicioso color azul pálido que contrasta con los cárdenos y púrpuras de la ropa de cama). Está sentado al borde de la esquina de la cama con cierta timidez, con el casco o morrión también puesto, no se sabe si porque no se lo ha quitado (muchos no se quitan ni la boina) o porque no quiere aparecer con los pelos que se le quedan a uno. Y con el rostro en la sombra, señal de no querer ser reconocido.
Están todas sus vestimentas esparcidas por el suelo, mostrando la presura en desnudarse que le ha impuesto la pasión de la mujer deseada e inmediata.
El hombre está destrozado, descangayado, sin aliento. Si entonces se hubiera fumado tendría un cigarrillo en la mano. Quizás la actitud pensativa se debe a la eterna duda de si ha merecido la pena el placer, frente al lío en que se ha metido.
Velázquez quiso reflejar en este cuadro, no me cabe la menor duda, al dios o al hombre, es lo mismo, después de hacer al amor. Javier Portús en “Pinturas mitológicas de Velázquez” lo insinúa como posibilidad. Yo creo que es indudable que Velázquez quiso pintar esta trilogía.